En 2023, un amigo y yo habíamos hablado sobre la idea de conocer Nueva York. Al principio, debo admitir que no tenía muchas ganas de ir, principalmente porque el viaje era bastante caro y en ese momento no tenía un trabajo que me permitiera cubrir ese tipo de gastos. Sin embargo, con el tiempo, comencé a motivarme, especialmente porque sería el destino más lejano al que había ido hasta ese momento.
Por cosas de la vida, mi amigo tuvo que cancelar el viaje a último momento, apenas un par de meses antes de la fecha de partida. Esto me motivó aún más a ir solo. Aunque me preocupaba la barrera idiomática, sentía que podía comunicarme de alguna forma si surgían problemas con el idioma al llegar a Estados Unidos. Al final, me di cuenta de que mi nivel de inglés no estaba tan mal y pude interactuar con mucha gente sin mayores inconvenientes. Además, una de las cosas que más me sorprendió fue que, en Nueva York, la mayoría de las personas son latinas, por lo que me pasaba mucho que al entrar a cualquier negocio, solo con mirarme, me hablaban en español. Si tu idea es aprender inglés, quizás Nueva York no sea el destino más ideal para eso.
El gran día finalmente llegó, y recuerdo que tuve que salir muy temprano de casa para ir a casa de mis padres, quienes amablemente se ofrecieron para llevarme al aeropuerto. El vuelo no fue especialmente cómodo, fue largo y, al llegar a Colombia, tuve que hacer una escala de unas 3 o 4 horas. Este tiempo me permitió comer algo antes de tomar el siguiente vuelo hacia Estados Unidos. Al llegar al aeropuerto, la salida era un pequeño edificio con solo una puerta que daba a la calle, y otra entrada muy poco visible que conducía a una estación de metro dentro del mismo aeropuerto. Desde ahí, tomé la línea de metro que me llevaría directamente a Manhattan.
Tuve mi primer percance al llegar, porque un amigo me había dicho que debía comprar una tarjeta de metro que valía unos 30 USD, la cual me permitía tomar el metro tantas veces como quisiera durante 7 días. El problema fue que en ningún momento, o al menos no lo entendí correctamente, me explicaron que ese pase de 7 días también aplicaba para la línea de metro que rodea el aeropuerto JFK. Así que, cuando me tocó hacer el transbordo, compré la tarjeta para el metro del aeropuerto en lugar de la que correspondía al metro de Manhattan. Al llegar al torniquete, no me dejaba pasar, y no entendía por qué. Al preguntarle a un trabajador del metro, me dijo que había comprado la tarjeta equivocada. Entonces, tuve que comprar otra tarjeta, que también costaba 30 USD, y finalmente pude hacer la combinación correcta. Esto me molestó mucho, porque llevaba menos de media hora en el país y ya había gastado 60,000 pesos chilenos. Estaba bastante enojado por ese error.
Reconozco que esta situación me frustró bastante, y para colmo, no pude conseguir un chip para tener internet en mi teléfono, lo que me obligó a comprar una bolsa bastante cara solo para usarla unos segundos y poder orientarme en el mapa hasta llegar a mi destino.
Al final, arrendé una habitación en un Airbnb en Brooklyn, cerca de la estación de metro Kosciusko Station, en el barrio de Bedford-Stuyvesant. Me quedé allí 9 noches y el costo fue de aproximadamente 560,000 pesos chilenos (este fue el precio en 2022, así que probablemente hoy esté más caro). Cuando llegué a Kosciusko Station, me bajé del metro y me encontré con el típico barrio periférico de Nueva York, con el metro elevado sobre la avenida. La avenida estaba bastante sucia, con mucha basura y personas en situación de calle. Era como esas escenas de las películas ochenteras que mostraban el Bronx, con zonas en mal estado y una gran pobreza. Esto me hizo sentir algo de miedo, porque no había investigado bien sobre la zona antes de llegar, y comencé a cuestionarme si realmente había hecho una buena elección al quedarme allí.
Sin embargo, cuando caminé un par de cuadras, todo cambió de manera abrupta. El barrio se veía mucho más bonito, con casas bien mantenidas. Era una zona mayoritariamente afroamericana, y me sorprendió lo bien cuidadas que estaban las viviendas. Cuando llegué al Airbnb, me sorprendió la tecnología del lugar: me dieron una clave digital para acceder, y al ingresar, recibí mi llave de un mueble al que accedí con esa clave. Subí a mi habitación, que estaba en el último piso, y me di cuenta de que el edificio era muy antiguo. Aunque las casas eran grandes y espaciosas, me costaba imaginar por qué una familia necesitaba tanto espacio. A pesar de ser casas antiguas, eran enormes por dentro. Además, debajo del pórtico había otra casa más, que parecía ser una especie de casa de servicio, en la que podrían vivir personas que trabajaran en el hogar, como quienes se encargaran de la limpieza o la cocina.
En fin, saliendo un poco de la tónica histórica de mis divagaciones al escribir, retomo el relato de este viaje. La cosa es que, cuando llegué a la pieza, empecé a analizar todo lo que había vivido en las últimas horas: el viaje, el tema del ticket, las lucas, el barrio, el metro, etc. Y ahí me empezó a dar una especie de ataque de pánico que me dejó un rato paralizado, sin saber qué hacer, cuestionándome qué estaba haciendo ahí, solo.
Después de un momento de reflexión, me dije a mí mismo:
“Ya, culiao, estuviste un año entero ahorrando para este viaje, estás a la mierda de tu casa, solo, y no te vas a amargar por un mal rato. ¡Sal y pásalo bien, CTM!”

Así que ordené bien mis cosas, me pegué una duchita rápida, y me fui a tomar nuevamente el metro rumbo a Manhattan. Pero antes pensé que era mejor partir conociendo el
Brooklyn Bridge, así que me dirigí directamente hacia allá, decidido a cruzarlo caminando. Antes de eso, pasé por un sector llamado
DUMBO (Down Under the Manhattan Bridge Overpass), y empecé a recorrer las calles aledañas. La verdad, está muy bonito y se nota que ha sido remodelado hace poco. Hay un cartel gigante con el nombre del barrio donde, obvio, puedes sacarte una selfie. Luego pase al Dumbo House, que es un edificio antiguo convertido en centro comercial, donde puedes ver vistas de la bahia y el puente de Manhattan, además de ir al Dumbo - Manhattan Bridge View a sacarme otra foto.

Después de un rato, decidí no quedarme pegado y seguir caminando, porque el tiempo apremia. El puente es precioso, se terminó de construir en 1883, es antiguo, enorme, imponente. Ahí empecé a entender que los gringos tienen esta obsesión con la magnificencia en la arquitectura: todo tiene que ser gigante. Eso fue una constante durante todo el viaje. En cada lugar al que llegaba, me daba cuenta del tamaño de todo. También entendí que están en el apogeo de su cultura, lo que explica por qué tienen tantos recursos, aunque eso no sea precisamente de mi agrado.Al llegar al otro lado me encontré con el Civic Center, crucé el City Hall Park, y ahí vi por primera vez al animalito que siempre quise ver: una ardilla. Son muy lindas. Quería puro tocar una, pero no lo hice. Soy súper responsable con la fauna silvestre, aunque sea urbana. No tengo claro si son especies introducidas o nativas, pero me llamó la atención que en cualquier lugar con un poco de área verde, hay ardillas.
Sinceramente, después no recuerdo con claridad qué más hice ese primer día en Manhattan. Solo sé que caminé mucho. Lamentablemente no tengo ni historias de Instagram ni fotos que me ayuden a reconstruir el día. Solo recuerdo que almorcé en un carrito y luego busqué qué actividades podía hacer. Justo ese día había una exposición sobre el Titanic y pensé: “Ya estoy acá, tengo la plata, ¿por qué no ir?”
Así que fui. La muestra estaba en un centro llamado "Fever", ubicado en la Sexta Avenida con calle 14, justo en una esquina. El recorrido me gustó mucho. Era muy completo. Había artículos personales de los pasajeros, objetos rescatados del naufragio… Una de las cosas que más me impactó fue un panel con una gran muralla de hielo, donde te mostraban lo frío que estaba el iceberg, y también el agua. Aprendí que las personas que cayeron al mar murieron en menos de media hora por hipotermia. Fue fuerte, pero interesante.
También descubrí que los pasajeros de primera clase tenían todos los servicios que hoy vemos como básicos, pero que en ese tiempo no lo eran. En tercera clase compartían baños y duchas comunes, y sus habitaciones estaban llenas de ratones. Además, te ponían con gente que no conocías. Fue conmovedor ver todo eso. Había una joya que probablemente inspiró la de la película, y biografías de los músicos del barco.
Otra cosa que me llamó la atención fue que los pasajeros de tercera clase no eran pobres, al menos no todos. El pasaje era caro en todas las clases. Más bien, eran inmigrantes que viajaban con contrato de trabajo a Nueva York, con cierto estatus, aunque compartían piezas y les apagaban las luces a las 10 de la noche. La habitación más cara del Titanic, en plata de hoy, costaba alrededor de 80.000 USD.
Después de eso, ya estaba muerto. Decidí volver a Brooklyn a dormir. Entre el viaje y todo lo vivido el primer día, estaba realmente agotado. Creo que me acosté relativamente temprano, tipo 10 de la noche. A pesar de la crisis nerviosa de la mañana, lo pasé estupendo.
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Con esto termino la primera entrada del relato de este viaje. Probablemente luego escriba dos o tres días por entrada… o quizás uno, no lo sé. Lo que sí sé es que tenía como proyecto contar esta aventura aquí.
Nos leemos en la próxima entrada.